domingo, 18 de enero de 2009

La princesa guerrera (borrador)

Gunara Arrebalos estaba sentada en el pequeño taburete de su cuarto, mientras se retiraba el maquillaje con una esponja empapada en un líquido, que por su precio, hubiera podido confundirse con el elixir de la vida.
Con lágrimas amargas, le reprochaba a Dios el terrible castigo que le había impuesto; nacer en una era moderna, donde el estereotipo de hombres guapos consistía en unos muñequitos y la masculinidad era representada por mechones de cabello decolorado y falta de melanina en los ojos, mientras el titulo de “princesa” podía ser comprado por cualquiera con que esté relacionado con la gente adecuada, y tenga una billetera rebosante de peces verdes; desgraciadamente, para adquirir ese título ya ni siquiera es necesario ser mujer…
Eso fue exactamente lo que sus padres habían hecho de ella. Haciendo uso de su linda cara y su tremenda fortuna, la habían convertido en una princesa de la era moderna.
El único inconveniente de esto, es que nadie la preguntó jamás su opinión. Ella nunca quiso ser princesa. Desde pequeña odió los formalismos de las fiestas, los vestidos de crinolina, las risas fingidas, los bigotes pintados, el tintineo de los incontables artilugios de plata utilizados para comer, pero sobre todo, las falsas alabanzas y cumplidos hipócritas.
Detestaba vivir en una época donde el único limite del poder masculino no se ejercía jamás. La resistencia femenina.
Sólo un hombre había pasado por su vida en calidad de amante, y había dejado una huella terrible, profunda, e indecorosamente desagradable. Después de ese percance, se convenció de que el amor había desaparecido de la faz de la tierra varias décadas atrás, cuando el hombre empezó a tratar a la mujer como una pieza importante del juego de su felicidad ficticia, cuando los hombres inventaron la palabra igualdad para darle un significado retorcido; muy diferente al que le corresponde llevar.
Ésa es otra de las razones por las cuales fácilmente hubiese dado la mitad de su vida con tal de poder vivir en un pasado remoto donde, con un poco de trabajo duro y determinación, todavía se podía cambiar el rumbo de la humanidad, salvar a toda la raza humana de la inminente destrucción a la que estaban destinados, mientras se escondían detrás de un resbaladizo velo de risas, placeres carnales y bienes materiales.
Ella quería luchar por lo que creía, luchar para salvar un futuro de lo que ella sabia que se convertiría, un mundo donde la separación, sería por razas y colores, más que por creencias e ideales.
Quería pagar sus victorias con sangre, y en caso de ser necesario, con la muerte.
Sí… Quería ser una guerrera.
El alcohol sobre su piel perfecta le producía una sensación de frío. Sin siquiera quitarse el vestido, se tumbó en su mítica cama; su sedosa cabellera se derramó sobre su almohada.
Aún antes de caer dormida, ella ya soñaba, se encontraba en ese maravilloso mundo del duermevela, aquel que está entre la realidad y la tierra de los sueños. Cuando por fin el sueño se apodero de ella, la fantasía siguió su camino sin alterar el ritmo.
Gunara Arrebalos estaba enfundada en una vieja y oxidada armadura, del cinto le colgaba una larga espada manchada y colgado en la espalda tenia un usado arco, junto con un remendado carcaj que contenía unas cuantas flechas con la punta rota o muy gastada.
Evidentemente, se encontraba en un campo de entrenamiento ya que, envueltos en práctices de espadas, moviendo hachas de guerra, o disparando saetas contra muñecos de paja, se encontraban varios hombres… y mujeres.
Ella se sentía feliz, eso era exactamente lo que siempre había soñado. Mientras ella deleitaba sus ojos, su mente y su alma con ese espectáculo tan excitante, una voz tronó a sus espaldas.
- Gunara, practiquemos—no era una orden, más bien era una petición hecha con mucha confianza.
Ella volteó la cara para encontrarse a un perfecto ejemplar de guerrero; era grande y musculoso, pero en su barbuda cara se podía identificar, sin riesgo a confundirse, una bondad sincera.
Ella estaba lista, lo había esperado siempre. Tardó unos segundos en desenfundar su espada, ya que las múltiples abolladuras impedían el deslizamiento por la funda, pero cuando lo consiguió y se puso en guardia, sintió un desasosiego; jamás había sostenido una espada, no cabía la menor duda de que aquel gigante la cortaría por la mitad tal como habría hecho con una barra de mantequilla. Sin embargo la mitad de su mente le decía que podía, que lo había hecho antes y lo haría de nuevo.
Un sonido metálico le llenó los oídos cuando las dos espadas hicieron
contacto. Ella había detenido con facilidad el golpe del gigante, sin
pensárselo dos veces aprovechó el rebote y atacó a las costillas; el hombre lo
tuvo que esquivar dando un salto hacia atrás que resultó bastante
cómico, pero cuando volvió a atacar, lo hizo con una fuerza renovada y
atroz. A ella le dolieron los hombros cuando detuvo la estocada y vio
claramente cómo una abolladura más se sumaba a la colección que su vieja
espada lucia.
El combate continuó encarnizadamente, pero no por mucho tiempo ya que
un hombrecillo menudo, con ojos grandes y cara sorprendida los
interrumpió.
- Gunara te buscan ahí arriba- dijo con voz chillona
Ella detuvo un golpe a medio camino y miró a su oponente como
preguntándole que pasaba., él se encogió de hombros y puso cara de
desconcierto, pero la animó a acompañar al hombrecillo dedicándole una
sonrisa bonachona.
Ella enfundó su maltrecha espada y siguió al mensajero.
Un sonido de trompetas la despertó.
Gunara Arrebalos se movía entre unas mantas, pero no eran las suaves mantas de su
mítica cama, eran unas mantas duras y delgadas. Podía escuchar un tintineo que parecía
salir de su cuerpo, que además sentía pesado, estiró la mano hacia su mesita de noche,
pero lo único que encontró fue un pedazo de tronco apenas iluminado por el casi
imperceptible resplandor que despedía la pequeña lámpara de aceite asentada en él. Ella
accionó la palanca para avivar el fuego.
Lo que vio la dejó sin aliento.

Sobre su cuerpo, resplandecía una armadura, pero no era una armadura vieja y
roída como las de su sueño, esta era de plata, adornada con diseños impresionantemente
bellos, y brillaba cual solitaria estrella.
Parecia estar en una tienda, pero era muy cómoda y lujosa. Se levantó de la rudimentaria
cama, que más bien parecía un catre plegable y sólo en ese momento se dio cuenta
de que una espada le colgaba del cinto. La desenfundó. La hoja era larga y delgada, y
más brillante de lo que hubiese podido imaginar, la levantó y vio su rostro reflejado en el
metal. Se fijó en la empuñadura, tenía las letras “C. G.” grabadas y hermosamente
adornadas con esmeraldas, zafiros y diamantes.
Un movimiento afuera de la tienda la despertó de sus cavilaciones. Acto seguido un
hombre grande y musculoso entró: Era el guerrero de su sueño.
El se tocó la sien con la punta de los dedos y dijo con voz grave.
- Gunara, tenemos órdenes de partir al atardecer-
Ella asintió, desconcertata. El hombre le dedicó una de sus bonachonas
sonrisas y salió sin hacer ruido. Ella enfundó su espada en la elaborada funda y se
dispuso a salir de la tienda. Al momento en que apartó las cortinas, la sangre se le
congeló adentro de las venas, ante ella, con toda su magnificencia, había un ejercito en
pleno.
Dió unos temerosos pasos al frente y se volvió para observar su tienda; justo encima de la
la entrada había un letrero de madera, y grabadas en su superficie, habían unas runas que
ella desconocía, pero extrañamente entendía: “Capitana Gunara” rezaba. Sólo entonces
comprendió el significado de las letras en su espada.
Respiró profundo mientras disfrutaba de los sonidos del ejército; ejército del que estaba
al mando.
Enfundados en diferentes tipos de armaduras, cargando armas y odres de agua se podían
ver tanto hombres como mujeres. Gunara Arrebalos sonrió satisfecha. Por fin se había
cumplido su más fervoroso deseo.
Había dejado muy atrás aquel universo paralelo en el que ella solía ser una princesa…




Tomas Ceballos Millet


20/04/06