El viaje
comenzó el 25 de julio. Justo un día después de cumplir veintiún años. Mi pequeña fiesta había resultado bastante
interesante, y había terminado por sacar al último borracho como a las 5:30 de
la mañana, cuando su descaro lo hizo orinar en mi jardín, y lo tuve que
invitar, sin modales, a que se retire de mi casa.
Partíamos
temprano, yo ya había dejado lista mi maleta de alpinismo, comprada con fines
de maltrato, y pude dormir un par de horas antes de asistir a la cita. Era en
casa de Beta.
Mi padre me
llevó hasta el punto de reunión; el plan era que los papás de Beta nos llevaran
hasta puebla, y ahí nos separaríamos de ellos y llevaríamos nuestro propio e
incierto sendero.
Los
protagonistas de esta historia serán cuatro: Beta, cuyos padres son grandes
conocedores del territorio mexicano, y nos harían el favor de llevarnos hasta
puebla. Alfredo, novio de beta y mi mejor amigo, viajero con experiencia previa en mochilazos,
rides, y trato con hippies. Ale viaje, una de las pocas mujeres que tuvo los
pantalones de aventurarse con nosotros en uno de los viajes de nuestras vidas.
Y Tomy, su humilde narrador, que no contaba con nada de experiencia, pero
si con mucha actitud y sentido de aventura.
Al fin
llegamos todos a casa de Beta, desvelados, cansados, emocionados, y ¿por qué no
decirlo? Un poco asustados.
Era
temprano, pero nosotros estábamos ansiosos por partir pues sabíamos que nos
esperaba un largo viaje. Cuando la camioneta estuvo llena de nuestros
cachivaches, zarpamos sin demora, al papá de beta le “pesaba la pata” y
recorrimos la autopista a una velocidad nada despreciable. Las niñas hubieran
querido ir un poco más despacio. El recorrimos la carretera sin contratiempos,
e incluso el hermanito de beta de un año, Antoine, se comportó como un niño
grande y casi no lloró. No sabíamos lo que nos esperaba.
Llegamos a
Acayucan a eso de las 11 de la noche. Por lo cual solo tuvimos tiempo de tomar
una rápida cena y descansar para el día siguiente. Pues faltaban varios
kilómetros por recorrer. Dormimos en un hotelito de paso el cual el papá de
beta tuvo la bondad de pagar. Pero nos advirtió que no nos acostumbremos. Todavía me es difícil entender por qué estar
sentado en la parte trasera de un vehículo resulta tan agotador, pero la verdad
es que dormimos como bebés.
Despertamos
con el sol. Pues el papa de beta había planeado algunas paradas para hacer el
día un poco más divertido que el anterior, que había sido específicamente para
viajar. Tomó el desvío hacia los
Tuxtlas, que es un conjunto de pequeños poblados mágicos de Veracruz. Nuestro primer destino fue la cascada. Unas
enormes cataratas donde habían sido grabadas varias películas; entre ellas, la
famosa apocalypto. Según los rumores, es la cascada desde la cual se tira el
personaje principal del famosísimo video de youtube, apocalypto yucateco… si, aquel de “este es mi
tereno”. Al papa de beta le hubiera gustado un pulmón extra para bajar las
escaleras que nos condujeron a los bajos de la catarata, donde el estruendo del
agua era ensordecedor, y las partículas flotantes de H2O te empapaban aunque no
quisieras.
Aún más
impresionante que la misma cascada, era la vibración que el agua producía. La
sensación de que las piernas te estaban temblando aunque estuvieras a una
distancia considerable de la caída de agua. Los chamanes del lugar dicen que la
energía del lugar es mágica y altamente curativa. El grado de veracidad es un
misterio. Lo cierto es que a pesar de estar lejos de ahí mis piernas seguían
teniendo esa sensación entre entumida y temblorosa que me resultaba tan
extraña.