domingo, 17 de febrero de 2013

Mochileros 2008 Capítulo 4



Llegamos a casa de la misteriosa pariente de beta. La cual, amablemente, nos proporcionó un cuarto en la azotea, alfombrado hace miles de años, y con un permanente olor a orina de gato. Fue la mejor habitación de todo el viaje.
La mañana siguiente nos levantaron temprano, pues el siempre listo tío Germán, tenía prevista una excursión “al popo” como él le llamó. Yo estaba sumamente emocionado, pues jamás me imaginé que en nuestro viaje conocería las alturas del Popocatepetl; además, la perspectiva de un reencuentro con aquella substancia maravillosa llamada “nieve” me producía bastante expectación. Cargamos las camionetas con lo necesario y partimos. Mi visión inexperta me mostraba el volcán más famoso de México a lo lejos, pero conforme fue pasando el tiempo nos fuimos acercando, y el volcán se hacía cada vez mas grande. Yo soñaba con escalar las faldas y asomar mi cabeza por el cráter para ver la lava borboteando en el subsuelo. Iluso de mí.
Lo más emocionante y aventurero de la subida al popo, fue eso. La misma subida, el camino era tan pedregoso y fangoso, que las camionetas, o más bien la nuestra, que era una windstar, perfecta para recoger a los chiquitos en la escuela, pero sin grandes aptitudes para escalar volcanes, como podrán imaginar. A pesar de eso, y después de varios leves atascamientos, logramos llegar a nuestro destino. El monasterio del silencio. 
Aquella era una construcción en medio de las faldas del volcán, con una decoración única y rimbombante. Según nos informaron, era un monasterio de silencio, en donde algunos monjes vivían en completo silencio. También nos contaron que se aceptaban huéspedes que quisieran quedarse ahí cortas temporadas y que fueran lo suficientemente valientes para atenerse a las reglas del monasterio. En el pequeño tour de las partes que se podían visitar, nos mostraron la capilla de meditación, y las habitaciones para huéspedes; pequeñas, pero acogedoras.
Era un pecado desaprovechar la mística que creaba el ambiente; altura, frio y silenció era una combinación perfecta para mis negras intenciones. Ataqué. Me separé del grupo con Ariana, mientras platicábamos en susurros, la coquetería era evidente. Sin embargo, la situación para que pasara algo mas era ciertamente desalentadora. Beta, con ojo crítico, nos cachó mientras divagábamos incoherencias mientras disfrutábamos del clima y el paisaje, hasta nos sacó una foto. No me atreví a abrazarla, el tío Germán podría aparecer en cualquier segundo, y yo no tenía las más mínimas intenciones de ser abandonado para siempre en el monasterio del silencio, así que reprimí mi libido, y me contenté con los susurros.
Salimos del monasterio; congelados y listos para tomar un chocolate caliente en una pequeña cabaña de madera que vendía el brebaje a precios exorbitantes, sin embargo, valía cada centavo. Charlamos y reímos animadamente, la estruendosa risa de Beta estuvo a punto de provocar un alud en el volcán, pero logró contenerla antes de provocar una catástrofe. Alfredo se encontraba mas huraño de lo normal, pues el frio le molestaba. En este punto ya estábamos tan acostumbrados a sus humores de menopáusica, que nadie le hacía caso.
Grandísima fue mi decepción cuando emprendimos el descenso del Popo, pues lo mas cerque que había estado del cráter, era a unos cientos de kilómetros, después me sacaron de mi ignorancia diciéndome que solo personas muy preparadas y con licencia pueden acercarse a las verdaderas faldas del popo. Era mi turno de ser el huraño del grupo. Aunque mi desanimo no duro demasiado tiempo…