sábado, 17 de diciembre de 2011

Vigesimotercer Día! (Roma)



Día 23

Nos despertaron los ruidos de los demás llegando de la fiesta, pero cuando entraron vimos su cara de preocupación y alguien dijo “ahí viene el don”.

Ya que nos tuvo a todos acorralados en el cuarto, entró el italiano, dueño del hotel, con cara de desvelado y encabronado. Con el dedo sacó cuentas y sus matemáticas no le fallaron cuando le revelaron que, efectivamente, había un polizonte entre los rufianes.

Llenó sus pulmones de aire, y disparó una florida cagotiza en la que mencionó varias veces a la policía, multas, y que él no había registrado a ninguna mujer; con la mano en la cintura, el descorazonado veterano le pidió a Laura que abandone el hotel. Farah la acompañó mientras nosotros urdíamos un plan para regresarla de nuevo, pues no la podíamos dejar dormir en la calle.

Llegamos a la conclusión de que Farah era el único personaje lo suficiente mente sinvergüenza como para pedirle al italiano que nos haga el favor de registrar a Laura, a pesar de haber tratado de verle la cara de pendejo introduciéndola ilegalmente, y encendiendo el aire acondicionado a base de artimañas.

Bajé a relevar a Farah mientras el derramaba el verbo sobre el endemoniado italiano. Ella pagó su noche, y nosotros los euros extras por habernos pasado de listos y prender el aire.

Después de más o menos una hora de show, entré con Laura listísimo para dormir. Aproximadamente catorce segundos después de haber cerrado los ojos (al menos así lo sentí) despertamos, nos bañamos y desayunamos lo más que pudimos. Nos separamos de Laura, pues ella quería ir a conocer Pisa, y los rufianes nos dirigimos directo a… Roma.

Un tren con asientos reservados y un aire acondicionado decente, nos llevó hasta la capital de Italia.

Para nuestra fortuna, el hostal estaba a tan solo 5 cuadras de la estación de trenes “termini”. Así que llegamos a instalarnos al hostal y nos recibió un italiano bien pinche bipolar. Después de dejar las cosas en los cuartos, fuimos a comer a un changarrito de la esquina que se llamaba “fantini”; comimos unos sandwichitos de 2.5 euros, y nos dirigimos hacia el coliseo. Algunos valientes se colaron en el metro, mientras otros decidimos que ya estábamos demasiado lejos como para que nos multen. Los embrocadores no hicieron acto de presencia y después de tan solo dos paradas, llegamos a la salida “colosseum”.

Ahí nos empezaron a atacar los vendedores de los diferentes pub crawls, y gracias a eso conocimos a Jeff, un simpático afroamericano que nos convenció para que asistiéramos a ese pub crawl en la noche.

Cuando tratamos de entrar al coliseo, descubrimos que había una fila kilométrica, y que los homosexuales de Jp y Farah podían salteársela por ser residentes de la unión Europea. Hijos de puta.

Nos las ingeniamos para comprar los boletos en la entrada del foro romano, y así no tener que hacer la tremendísima fila. En el camino nos encontramos con las dos tapatía que ya habían estado con nosotros en Praga y en Florencia. Gaby y Chofas. Entramos juntos al coliseo.

Estuvimos en la recientemente nombrada maravilla del mundo un rechingo de tiempo, recorriéndola de cabo a rabo y tomando fotos por todos lados.

Poco antes de salir del coliseo, me encontré de pura casualidad, con Sarah Arenas, una yucateca que conocí hace mas de 6 años en Washington, y con la que convivido más tiempo en países extranjeros que en el mismo México.

Por fin salimos del coliseo, y emprendimos la búsqueda de la Fontana de Trevi. Todos moríamos de hambre pues al parecer, los sandwichitos de fantini, estaban rellenos de aire.

Caminando alegremente por una banqueta italiana, se nos acerca una edecán italiana y le propone a Farah, siempre a Farah, tomarse una foto con ella y un bote de pringles, y después pasar a tomarse un trago de cortesía al bar.

Sinceramente lectores, estoy seguro que esa propuesta le costó a la pobre edecán, cuando menos, su chamba. Como animales salvajes, nos abalanzamos a la foto, todos posando con un botecito de pringles en la mano. Y después de la foto, pasamos a buscar nuestro trago de cortesía al bar que anfitroneaba el evento. Para la mala fortuna de los organizadores, descubrimos que había unas pequeñas palanganas con diferentes guisos para que cada quien se preparara sus bocadillos.

Para hacerles corto el cuento, nos terminaron echando del bar, aunque no puedo culpar a nadie. Pero eso sí, todos salimos con el estomago rebosando y un botecito de pringles para después. Sin contar la sonrisa que adornaba cada una de nuestras nueve gandayas bocas.

Tomamos la decisión de dejar la fontana de Trevi para otro día y en vez de eso ir al hostal para bañarnos e ir a cenar con el papa de Mike, que de casualidad se encontraba en Roma por cuestiones laborales.

Camino a la Piazza Nabona los pendejos de Farah, Góngora y Tigre, se nos perdieron por quedarse a comprar un cinturón, así que solo legamos a la Piazza Nabona Johan, Jp y yo. Ahí con encontramos con Mike y su papá y platicamos un rato.

Después paseamos un rato por la plaza tratando de descifrar si era esa la fuente que habían usado para matar al cardenal baggia en la película de ángeles y demonios.

Cenamos pizza italiana y de postre nos zampamos un gelato que parecía mágico, pues por más que comíamos y comíamos no se acababa.

Llegaron una vez más las tapatías, pero solo para tomarnos una foto antes de dormir. De regreso al hostal, nos colamos despreocupadamente al autobús nocturno. Y cuando llegamos el elevador tenía una simpática nota que rezaba: “Nos dejaron”

Debo de confesar que dormí intranquilo, ya que la última persona que “dejó” a tigre, amaneció rociado de sus fluidos corporales…

domingo, 4 de diciembre de 2011

Vigésimosegundo Día! (florencia)



Dia 22

Nuestro primer desayuno italiano constó de croissants con nutella cereal y huevo duro. Comimos cuanto que pudimos a pesar de las encabronadas miradas de la señora que administraba el hotelito.

No contentos con nuestro atiborre, robamos algo de comida para llevarle a Laura, que estaba escondida en nuestro cuarto esperando la oportunidad para poder escapar.

Cuando la señora se apendejó logramos salir del hotel sin ser vistos y nos encaminamos hacia el tour de bicicletas, que costaba 8 euros y yo no quería tomar, debido a mi antes mencionada torpeza para con estos aparatos del demonio. Pero la realidad era que si todos decidían hacerlo, no iba a tener más opción que aventarme a la aventura, e intentaron con todo ahínco.

Laura, que para mi fortuna confesó nunca es su vida haber montado bici, preguntó en la rentadora por las rueditas entrenadores las cuales, por supuesto, le negaron con una sonrisa de indulgencia.

Debido a la geografía de Florencia, determinamos que lo más conveniente sería ir al museo donde se encontraba el famoso David, y después tomar las bicis para poder recorrer la ciudad.

Cuando llegamos al museo, los rufianes descubrieron que se podía entrar por la salida, y así evitarse la cola de aproximada hora y media. Lo lograron casi todos, aunque por partes, pero como Laura estaba haciendo la cola y se me hizo una hijueputada dejarla, decidí quedarme con ella.

El resultado, como predije, fue exactamente una hora y media de cola bajo el sol, en la que sudamos hasta lo que no teníamos, mientras esperábamos, platicamos con una pareja de mexicanos que están estudiando periodismo en Inglaterra y que aprovechar las vacaciones para conocer Italia. Después de la espera y de que la mexicana sacara de la cola a un pelaná que se estaba tratando de colar, lo gramos entrar.

La entrada tenía un costo de 11 euros, que se pagan por completo cuando contemplas la gigantesca perfección de la que hizo gala Michelangelo Bonarroti, al esculpir semejante obra de arte.

Laura trató de tomar una foto y un policía amargado casi la saca del museo. Dimos una vuelta y descubrimos que lo único realmente impresionante era el David, aunque tal vez sea justo echarle la culpa a nuestra ignorancia artística, a esta conclusión.

Así que cuando nos cansamos de ver la obra principal, salimos sin rumbo definido a caminar por la Florencia. Nuestros pasos nos llevaron a la piazza dil domo, y después a otra plaza en la que Laura me hizo tomarle como mil fotografías dizque por qué no las sabía tomar. Su culo de ella.

Seguimos paseando por las estrechas y características calles de Florencia hasta que llegamos al “ponte vecchio” desde donde admiramos la vista un rato antes de de regresar al hotel para bañarnos y dormir un rato.

Los demás llegaron contando su mítica aventura en bicicleta, desesperados pro bañarse y salir a echar cagadero. Farah consiguió en quien sabe qué mercado negro, una cerveza que más bien parecía gasolina, para empezar la pre en el cuarto y cuando todos estuvimos listos, salimos (con Laura a escondidas) a juntarnos con las tapatías que habíamos conocido en Praga y que ya habían salido de fiesta un día antes.

Después de dar milcuatrocientasveintitrés vueltas en balde las encontramos y nos guiaron a un antro con música decente, y palomitas gratis. Estuvimos ahí echando cagadero con ellas enfrente del dj, que era un morboloco pelón que trataba de meterles hielos en los escotes a todas las mujeres que tenían la mala fortuna de pasar cerca de él.

Al final decidimos cambiarnos a un antro que estaba por ahí y que supuestamente estaba mejor. Entramos, y algunos se quedaron afuera acabándose sus cervezas. Y después de un rato decidí ir a ver qué pedo con los demás. Juan Pablo se estaba quejando de su caída en la bicicleta, y de que se sentía mal, y me pidió que lo acompañe a comprar algo.

Del antro a la tienda había como 20 metros, y cuando estábamos más o menos al a mitad del camino, Juan Pablo me volteó a ver con cara de angustia y me dijo “macho, creo que me voy a desmayar” mientras se apoyaba en mi hombro. Lo agarré de la cintura, y me di cuenta de que cada vez se iba poniendo más débil, Y yo tenía que aplicar más fuerza para mantenerlo en pie. Llegamos a la tienda y le exigimos al tendero que nos decía en italiano que ya estaba cerrado, que nos venda una coca.

Coca en mano, salimos del establecimiento cerrado y tuve que convencer a Juan Pablo para que se sentara en la escarpa, cuando lo vi a la cara me di cuenta de que era enserio pues tenía los ojos hundidos, y los labios mas pálidos que el culo de un albino. No paso mucho tiempo para que el cabrón empiece a sudar frio y yo a preocuparme, pues si eso no era un bajón de azúcar y la coca no lograba reavivarlo, no sabía que carajos iba a hacer con un pelaná desmayado, solo, a la mitad de Florencia, a las cuatro de la mañana y sin hablar el idioma.

Después de unos minutos, gracias al Barbas, le regresó el color del rostro, aunque él seguía asegurando sentirse de la chingada. Cuando lo vi mejor, le dije que me esperara mientras iba a buscar la llave para poder llevarlo a dormir. A regañadientes, consintió.

Entré al antro para buscar la llave y decirles a los demás que me iba por que Juan Pablo se sentía mal. Góngora encontró el momento perfecto para reconfortar su conciencia, y se fue con nosotros. Jp ya estaba lo suficientemente fuerte como para caminar al hotel, así que nos pusimos en marcha. Cuando llegamos al hotel, le agradecimos a Farah por haber prendido el aire, y caímos muertos.