jueves, 16 de agosto de 2012

Mochileros 2008, Capítulo 3



Lo único memorable de aquella comida, fue la soberana enchilada que me acomodé, con lágrimas, mocos y todo. Saliendo del restaurante, nos fuimos a visitar una pintoresca fábrica de relojes, en la que nos sorprendimos de las chingorrocientas maneras diferentes en las que se puede medir el tiempo. Recorrimos la fábrica a paso veloz, y después el tío Germán nos llevo a ver dos de las iglesias más representativas de puebla; la primera, cuyo atractivo era una virgen María gigantesca que colgaba atrás del altar. Impresionante, es una lástima que nunca he sido aficionado a las iglesias y su arquitectura. Sin embargo debo de admitir que la segunda iglesia me atrajo mucho más. Aunque no contaba con ninguna escultura gigante, y a simple vista parecía una iglesia común y corriente, vista más a detalle, se notaba que todas las paredes y el techo estaban recubiertas por pequeñas esculturas de rostros, rostros de niños con diferentes expresiones, sin embargo, la expresión que mas predominaba era la de susto. Nos contó el celador de la iglesia varios mitos y leyendas a cerca de tal o cual rostro. No cabe duda que era una iglesia impactante.
Mientras tanto, mis planes de coqueteo con Ariana iban a paso de tortuga, pues como no íbamos en la misma camioneta, yo solo podía trabajar en las breves bajadas. En las que, para acabarla de chingar, estaba su padrastro y guía del tour, el tío Germán. En una de las paradas, un anciano chimuelo y bonachón, nos dio a probar una bebida del diablo, que con todo respeto, a mí me supo a excremento de escarabajo. Sin embargo, el campesino hablaba orgulloso de su espeso brebaje, y hasta nos enseñó como identificar cuando estaba bien preparado y cuando no. Tiró el resto de su pócima al suelo formando el “alacrán”. Los que conozcan el pulque, entenderán de lo que hablo, los que no lo conozcan, háganse un favor y mantengan esa bendita ignorancia.
Aún con el pútrido sabor del pulque en la boca, llegamos a Cuexcomate. Las leyendas cuentan que es un pequeño apéndice del mismo Popocatepetl. Eso nunca lo sabré. La realidad, es que enfrente de mí se encontraba un volcán en miniatura, alrededor del cual, el ingenioso gobierno había construido un parque, convirtiéndolo así en una pequeñísima atracción turística. Aún más me sorprendí cuando me dijeron que se podía entrar, y la entrada estaba en el mismo cráter. Como buenos jóvenes aventureros, Alfredo y yo, ignoramos las escaleras turísticas, y emprendimos una carrera hacia el cráter escalando con manos y pies, por uno de los lados del volcán.
Bajamos a las entrañas del volcán, ahora sí, por la escalera de caracol que te conducía a una pequeña plataforma la cual no tenía ningún chiste. Sin embargo ya estábamos ahí. Alguien sugirió una foto, y yo no dudé en abrazar a Ariana. El tiempo era corto, tenía que aprovechar las pequeñas oportunidades si quería llegar a algo, y claro que quería. 
La siguiente parada fue el pueblo universitario de Cholula, donde se encuentran las mejores universidades de puebla, y el cual se ha convertido en una pequeña ciudad universitaria, por la gran cantidad de jóvenes que ahí habitan. Sin embargo también tiene sus atractivos, como por ejemplo la iglesia que visitamos, que fue curiosamente construida sobre las ruinas de algún antiguo templo prehispánico, probablemente olmeca. Para llegar a ella, tuvimos que subir una cantidad nada despreciable de escaleras, las cuales dejaron a más de uno sin aliento. Y por mi lado, no dejé de platicar con Ariana, con la esperanza de que las palabras me sirvieran de puente hacía sus placeres. Había bastante frío y el papa de beta consintió a su yerno prestándole su chamarra. Existen pruebas de esto.
Subimos a la cúspide y nos deleitamos con el paisaje del atardecer, que delineaba cuidadosamente la forma del Popocatepetl, que nos saludaba echando una abundante humareda. Desde el otro extremo de la iglesia, se podía observar desde lo alto, los jardines de un manicomio, si no me equivoco, solamente para mujeres. Aunque he escuchado mucho de ellos, nunca había visto uno verdadero; recuerdo que me causo cierta impresión.
Bajamos de la iglesia cansados y congelados, había sido un día largo y solo queríamos dormir. Como las hijas del tío Germán vivían en Cholula, ellas se quedaron a dormir ahí, mientras nosotros regresábamos a puebla a dormir en la casa de una amabilísima señora, cuyo parentesco con beta no recuerdo.
En la camioneta, de regreso. La mamá de beta se echó un comentario que marcaría su mejor aportación para el viaje, y para esta historia, contada cuatro años después del suceso original.
Mientras manejábamos de regreso a puebla, Tía beta, como si se le ocurriera de repente, soltó
-- Para mi que ese Tomy, solo se quiere agarrar a Arianita—
Mis estimados lectores, se podrán imaginar la expresión de su tímido narrador, a sus apenas 21 años, al ser descubierto con las manos en la masa, por nada menos, que la tía de la futura víctima.   
Afortunadamente no había un espejo, así que no pude apreciar el color rojo que sin duda me encendió el rostro. Sin embargo… antes de darme tiempo de pensar en lo que podría responder. La tía beta continuó:
--Lo bueno es que si se deja—
Todos los trupilantes de la camioneta reímos a carcajadas, incluido antuancito, que no entendía ni qué estaba pasando. Yo por mi parte, sentí un tremendo alivio y decidí hacerme al dormido el resto del viaje. No me quise arriesgar a recibir otro comentario como aquel.

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