Lo único
memorable de aquella comida, fue la soberana enchilada que me acomodé, con
lágrimas, mocos y todo. Saliendo del restaurante, nos fuimos a visitar una
pintoresca fábrica de relojes, en la que nos sorprendimos de las
chingorrocientas maneras diferentes en las que se puede medir el tiempo.
Recorrimos la fábrica a paso veloz, y después el tío Germán nos llevo a ver dos
de las iglesias más representativas de puebla; la primera, cuyo atractivo era
una virgen María gigantesca que colgaba atrás del altar. Impresionante, es una
lástima que nunca he sido aficionado a las iglesias y su arquitectura. Sin
embargo debo de admitir que la segunda iglesia me atrajo mucho más. Aunque no
contaba con ninguna escultura gigante, y a simple vista parecía una iglesia
común y corriente, vista más a detalle, se notaba que todas las paredes y el
techo estaban recubiertas por pequeñas esculturas de rostros, rostros de niños
con diferentes expresiones, sin embargo, la expresión que mas predominaba era
la de susto. Nos contó el celador de la iglesia varios mitos y leyendas a cerca
de tal o cual rostro. No cabe duda que era una iglesia impactante.
Mientras
tanto, mis planes de coqueteo con Ariana iban a paso de tortuga, pues como no
íbamos en la misma camioneta, yo solo podía trabajar en las breves bajadas. En
las que, para acabarla de chingar, estaba su padrastro y guía del tour, el tío
Germán. En una de las paradas, un anciano chimuelo y bonachón, nos dio a probar
una bebida del diablo, que con todo respeto, a mí me supo a excremento de
escarabajo. Sin embargo, el campesino hablaba orgulloso de su espeso brebaje, y
hasta nos enseñó como identificar cuando estaba bien preparado y cuando no. Tiró
el resto de su pócima al suelo formando el “alacrán”. Los que conozcan el
pulque, entenderán de lo que hablo, los que no lo conozcan, háganse un favor y
mantengan esa bendita ignorancia.
Aún con el
pútrido sabor del pulque en la boca, llegamos a Cuexcomate. Las leyendas
cuentan que es un pequeño apéndice del mismo Popocatepetl. Eso nunca lo sabré.
La realidad, es que enfrente de mí se encontraba un volcán en miniatura,
alrededor del cual, el ingenioso gobierno había construido un parque,
convirtiéndolo así en una pequeñísima atracción turística. Aún más me sorprendí
cuando me dijeron que se podía entrar, y la entrada estaba en el mismo cráter.
Como buenos jóvenes aventureros, Alfredo y yo, ignoramos las escaleras
turísticas, y emprendimos una carrera hacia el cráter escalando con manos y
pies, por uno de los lados del volcán.
Bajamos a
las entrañas del volcán, ahora sí, por la escalera de caracol que te conducía a
una pequeña plataforma la cual no tenía ningún chiste. Sin embargo ya estábamos
ahí. Alguien sugirió una foto, y yo no dudé en abrazar a Ariana. El tiempo era
corto, tenía que aprovechar las pequeñas oportunidades si quería llegar a algo,
y claro que quería.
La siguiente
parada fue el pueblo universitario de Cholula, donde se encuentran las mejores
universidades de puebla, y el cual se ha convertido en una pequeña ciudad
universitaria, por la gran cantidad de jóvenes que ahí habitan. Sin embargo también
tiene sus atractivos, como por ejemplo la iglesia que visitamos, que fue
curiosamente construida sobre las ruinas de algún antiguo templo prehispánico,
probablemente olmeca. Para llegar a ella, tuvimos que subir una cantidad nada
despreciable de escaleras, las cuales dejaron a más de uno sin aliento. Y por
mi lado, no dejé de platicar con Ariana, con la esperanza de que las palabras
me sirvieran de puente hacía sus placeres. Había bastante frío y el papa de
beta consintió a su yerno prestándole su chamarra. Existen pruebas de esto.
Subimos a la
cúspide y nos deleitamos con el paisaje del atardecer, que delineaba
cuidadosamente la forma del Popocatepetl, que nos saludaba echando una
abundante humareda. Desde el otro extremo de la iglesia, se podía observar
desde lo alto, los jardines de un manicomio, si no me equivoco, solamente para
mujeres. Aunque he escuchado mucho de ellos, nunca había visto uno verdadero;
recuerdo que me causo cierta impresión.
Bajamos de
la iglesia cansados y congelados, había sido un día largo y solo queríamos
dormir. Como las hijas del tío Germán vivían en Cholula, ellas se quedaron a
dormir ahí, mientras nosotros regresábamos a puebla a dormir en la casa de una
amabilísima señora, cuyo parentesco con beta no recuerdo.
En la
camioneta, de regreso. La mamá de beta se echó un comentario que marcaría su
mejor aportación para el viaje, y para esta historia, contada cuatro años después
del suceso original.
Mientras manejábamos
de regreso a puebla, Tía beta, como si se le ocurriera de repente, soltó
-- Para mi que ese Tomy, solo se quiere agarrar a Arianita—
-- Para mi que ese Tomy, solo se quiere agarrar a Arianita—
Mis
estimados lectores, se podrán imaginar la expresión de su tímido narrador, a
sus apenas 21 años, al ser descubierto con las manos en la masa, por nada
menos, que la tía de la futura víctima.
Afortunadamente
no había un espejo, así que no pude apreciar el color rojo que sin duda me encendió
el rostro. Sin embargo… antes de darme tiempo de pensar en lo que podría responder.
La tía beta continuó:
--Lo bueno
es que si se deja—
Todos los trupilantes de la camioneta reímos a
carcajadas, incluido antuancito, que no entendía ni qué estaba pasando. Yo por
mi parte, sentí un tremendo alivio y decidí hacerme al dormido el resto del
viaje. No me quise arriesgar a recibir otro comentario como aquel.
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