viernes, 11 de noviembre de 2011

Decimonoveno Día (Viena)



Dia 19

Cuando desperté a eso de las 9:15 am, descubrí que ya nos había dejado el primer tren hacia Viena, pero si corríamos, todavía podíamos alcanzar el segundo. Mientras mis compañeros de cuarto terminaban de despertar, yo me bañé y baje a mandar un mail. Poco después bajaron y Jo, Mike y yo, nos dirigimos a Viena. Los demás, después de tratar de despertarnos, y no recibir respuesta, nos habían abandonado y se habían adelantado a Viena en el primer tren (Putos, nos Dejaaaaron)

Tomamos un taxi a la estación de trenes y corriendo, como de costumbre, compre un pedazote de pizza para acabarme los chingados florines que usan en Hungría (no sé el verdadero nombre de la moneda, pero nosotros les pusimos de cariño “florines”)

Como fuimos los últimos en abordar, tuvimos que ocupar asientos diferentes en el tren. Sin novedades llegamos a la estación de Viena como a la 1:30 pm.

Conseguimos que el único establecimiento de la estación que tenia internet, una panadería austriaca, nos rolara la clava de su internet, con la única condición de que compremos algo. A mí se me ocurrió comprar un pastelito rosado de aspecto afeminado, por el cual, hasta el día de hoy Jp me sigue jodiendo. Pero en mi defensa debo decir que estaba delicioso.

Por un inbox nos enteramos de que los demás estaban envergados pues y que no habían podido conseguir hostal, ni salir a conocer. Nos dijeron que los esperararmos en la estación. Una vez que llegaron se armó la polémica acerca de si debíamos cepillar Viena y largarnos directo a Venecia, pero por azares del destino el siguiente tren hacia Venecia salía a las 10:30 am del día siguiente, así que no teníamos más remedio que tratar de sacarle el mayor jugo posible a Viena.

No tuvimos que caminar mucho para darnos cuenta de que irnos hubiera sido un terrible error. Las calles transmitían una sensación de seguridad que nos gustaba a todos.

Seguimos caminando a la deriva, tomándole fotos a los lugares interesantes hasta que vimos una gran torre y decidimos caminar hacia ella. Entramos en una especia de avenida peatonal llena de tiendas y de gente tomando en los bares. Nos detuvimos un rato a escuchar a una pianista, mientras discutía con Góngora como demonios el payaso lograba formar corazones con los globos. Inventamos varias teorías interesantes, todas ellas, sin una pizca de lógica.

Después nos quedamos viendo una proyección como protesta contra el maltrato animal, hasta que nuestros estómagos, nos pidieron a gritos que retiráramos los ojos de semejante cantidad de sangre.

Seguimos caminando y nos encontramos a una trió de niñas que tocaban el chelo y el violín. Instantáneamente quedamos hipnotizados tanto con su música, como con su belleza. Y nos tumbamos al suelo a escucharlas tocar. Estando tumbados en el suelo, Mike se despidió de nosotros pues empezaría su aventura hacia Zúrich. Solo.

Salimos de la calle peatonal, y fuimos a conocer el resto de la ciudad. Farah, tomó prestado un capi yoyo e hizo varias gracias, las cuales celebramos con gran entusiasmo. Vimos unos edificios antiguos poca madres, y mientras seguimos bordeando el rio Danubio y vimos otro tipo de edificios pero ahora modernos, uno con un techo surrealista, y que tenía una especie de ojo que se movía, y otro con luces de led en todas las ventanas.

Nos llamó la atención las playas artificiales que los austriacos habían construido en un desesperado intento para ambientar un poco las obscuras orillas del rio. Lo peor es que funcionó, pues para nuestra sorpresa había varios incautos recostados en los camastros tomando luz de luna.

Viena es una de las ciudades más baratas, aunque no se compara con Budapest, compramos un cuarto de pizza por solo 2.5 euros y la cenamos sentaditos en una banca. A media calle.

De regreso a la estación, conseguimos una van para que nos lleve a todos. Cuando llegamos los guardias nos cepillaron y nos dijeron que no podíamos dormir ahí por lo que tuvimos que ir por las maletas y armar nuestro campamento en el andén del tren. Al aire libre.

Al principio el clima estaba excelente, un atrevido rufián cuyo nombren o mencionaré hasta se empelotó ahí mismo y tuvo la gracia de tirar su calzoncillo directamente a las vías del tren. Pero después de esto comenzó a hacer un frio encabronado, pero yo me metí a mi sleeping, me empierné con mi maleta, y dormí como princesa medieval. El resto de los rufianes, como no tenían sleeping, no corrieron con tanta suerte. Algunos hasta acusaron a los inocentes insectos de la región, de intento de violación.

Aproximadamente a las 5 am, llego un guardia, bastante amable comprado con los que nos habían tocado don anterioridad el cual nos sugirió que nos levantemos pues la gente iba empezar a viajar.

Así que recogimos nuestro campamento y bajamos a usar el internet en la panadería de la cual ya éramos clientes frecuentes.

Después caminamos a la otra terminal. Cuando llegó el tren, por las prisas, nos metimos a diferentes vagones, y mientras Góngora trataba de ocupar un compartimiento solo para nosotros, se hizo acreedor de otra cagotiza internacional, cuando una señora le gritaba “GO IIIIIIN”.

Descubrimos que los asientos se convertían en una cama, así que después de la terrible noche, nos tumbamos a dormir cómodamente, mientras la gente que pasaba se reía de la imagen de Góngora babeando.

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