Dia 12
Una vez más,
y para no perder la costumbre, la alarma brilló por su ausencia; mientras los demás
nos esperaban arriba ya listos para el check out, Góngora, jp y yo seguíamos durmiendo
plácidamente hasta que Mike nos vino a joder la vida.
Como siempre,
llegamos media hora tarde al check out, temiendo que nos impusieran una multa,
pero el chino estaba tan apendejado que ni se inmutó. Después nos dividimos en
dos grupos, unos para ir a separar el hostal de Berlín, otros para encontrar algún
lugar donde podíamos dejar las maletas durante todo el día, y otra tanda se
quedo en el loby del hostal cuidando las maletas.
Gracias a
las habilidades cibernéticas del geek, el hostal estuvo reservado en cuestión
de minutos. Los encargados de los lockers, no fueron tan veloces. Una vez que
los rufianes estuvimos juntos fuimos todos a dejar nuestras mochilotas en los
lockers, que estaban justo en la estación de tren (que por cierto aceptaban
tarjeta).
Corrimos
para ver si llegábamos al free tour y, contrario a nuestra costumbre, lo
logramos. Tomamos, el free tour con
aurora, una española open mind, que no dudó en confesar que le encantaba en sexo
y la marihuana. Fue ella misma, la que nos dijo que los brownies de la noche
anterior era una farsa, pero que había un coffe shop que vendía unos que
realmente si te pegaban.
Nos contó un
poco de la historia de Ámsterdam, por qué las casas estaban chuecas, un poco de
su economía, y de su oscuro pasado cuando se convirtió en ciudad protectora de judíos,
y sufrió las consecuencias.
El tour
termino a unas cuadras de la casa de Anna Frank, y cuando nos dejamos de mover,
nos atacó un frio glacial, se me congelaron las orejas (que como algunos saben,
son bastante prominentes) así que tuve que comprar un gorrito de esos que jamás
uso, y me costó, 7 malditos euros.
Después de
un poco de polémica, decidimos entrar al museo de la casa de Anna Frank, pues a
pesar de que costaba 8 euros, era lo más cultural que había en Ámsterdam.
Recorrimos la casa y escuchamos atentamente las explicaciones y debo de admitir
que la realidad era aún más cabrona de lo que me había imaginado cuando leí el
libro.
Por cuestiones
de horario, ya no pudimos llegar al tour del sexo (gracias al barbas, pues
costaba 10 hijos de puta euros, los cuales yo me resistía a pagar); sin embargo
jp el “morbodrogo” no se fue invicto, pues nos arrastró a todos al museo del
sexo, que a mi parecer fue una pérdida de tiempo y de dinero (2 euros).
Nuestro tren
hacia Berlín salía a las 7 am, así que teníamos que varias horas para matar el
tiempo en Ámsterdam; el morbodrogo insistió en que quería probar los efectos del
brownie, pues los del día anterior habían sido un embuste, así que lo
acompañamos todos a comprar su substancia. Para nuestra fortuna, de regreso nos
encontramos a un músico callejero que escuchamos por más de dos horas, mientras
veíamos atónitos como se iba haciendo rico. Hijo de puta.
Como nos
moríamos de frio, buscamos resguardo en un un baresito que había por ahí, y joho
y tigre pidieron una cerveza; cuando la plática de fútbol se agotó, decidimos
que ya era hora de ir a cenar, así que fuimos a McDonald´s y a las famosísimas
papas en cono, que por cierto, simulaban a los pescados de Jesucristo, pues por
más que comíamos, no se acababan.
Cansados,
nos dirigimos a la estación de trenes a ver si lográbamos urdir algún truco
para poder quedarnos a dormir ahí mientras esperábamos nuestro tren (el frio
estaba encabronado). Gracias los tickets de los lockers, logramos entrar al calorcito
de la estación, y subir a la plataforma 8 a dormir. Yo me acomode plácidamente dentro
de mi sleeping bag, el que, a estas alturas, ya era lo mismo que una cama con
colchon spring air. Los demás se acurrucaron en las bancas y todo el mundo parecía
perfecto, hasta que un policía holandés con un nivel de educación aún más bajo
que la temperatura de afuera, me arrancó despiadadamente de los brazos de Morfeo
propinándome una nada sutil patadita en la suela de mi zapato. Acto seguido, me
nos invitó a todos a retirarnos de la estación. ¡La concha de su madre!
Bajamos a
buscar las mochilas y descubrimos que Farah, siempre Farah, (a pesar de que
siempre presumía que él no perdía nada) había perdido su ticket, y en ese locker
estaban las mochilas de Johan y de Mike. Mientras nos carcajeábamos de la situación,
Mike, Johan y fara, se fueron a rolar por la estación para ver si lograban
encontrar el ticket. Los demás nos acostamos por segunda vez en el cuarto de
los lockers, rehusándonos a salir a frio ártico que azotaba afuera de las
puertas de vidrio. El placer no duró mucho, pues llego el pinche gordo pelón
(otro policía malhumorado) con un particular silbato, y sin misericordia, nos
mando al carajo.
Escudándonos
con el pretexto de que nuestros amigos estaban en camino y echando un choro
inservible, pues creo que el pinche pelón ni hablaba inglés, logramos mantenernos en la estación durante otros
veinte minutos, hasta que regreso el hijo de la chingada, y nos sacó a todos
definitivamente de la estación.
Ya afuera de
la estación, nos encontramos a otras 40 personas en nuestra misma situación, así
que optamos por el calor humano, y terminamos pernoctando en unas escaleras al
aire libre. El frio, era implacable, pero gracias a mi sleeping bag, yo dormí
como campeón, empiernado con mi mochila, no vaya a ser que se la chinguen.
A la hora
indicada, subimos a activar el euriel, y tomar el tren que nos llevaría a
Berlín.
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