miércoles, 14 de septiembre de 2011

SEXTO DIA! PARIS


Dia 6

Después de una reconfortante noche en el aeropuerto, llegamos a parís a eso de las 10 am, en el vuelo tuvieron que cepillar a algún pobre cristiano, pues al parecer habían sobrevendido los vuelos.

Tomamos un camión que nos dejó en el hostal, y de ahí fuimos al súper a comprar el desayuno, (un pan seco imposible de tragar, y un licuado de nosequé que sabia a orina del mismísimo Satanás)

Nos encaminamos hacia el famoso arco del triunfo y caminamos como dos horas por los campos elíseos. A medio camino nos encontramos con el primer pelaná con las rodillas al revés, pidiendo caridad. Legamos a la rotonda y tardamos como 15 minutos en descubrir que para llegar a ella se tenía que tomar un camino subterráneo. Después de tomarle una foto encubierta a Osama Bin Laden, decidimos que la subida al arco del triunfo se salía de nuestro presupuesto, así que felicitamos a Napoleón desde abajo y nos colamos en el metro más cercano que nos llevaría hasta la torre Eiffel.

Cuando llegamos a la torre Eiffel, nos tomamos las fotos obligatorias, y nos escabullimos de los vendedores de chucherías, que nos ofrecían un sinfín de recuerditos. (Cabe recalcar que este es uno de los lugares donde nace la famosísima frase que nos acompañó por el resto del viaje, “two iuuuuro”). En el camino de la estación de metro a la torre, nos encontramos con la mayor congregación de gente de color que he visto en mi vida, un concierto de rap combinado con una reta de básquet masiva. Se los dejo a la imaginación.

Una vez entre las patas de la torre, decidimos hacer muestra de nuestra gran condición física, (o de nuestro piojismo mexicano) subiendo por las escaleras los primeros dos pisos de la torre. Juan pablo, demostrando su experiencia, se ligó a un guardia francés para que le rellene su botellita de agua. Algunos sin aliento, y otros casi sin pantalón, todos logramos subir hasta el primer piso.

Desesperado, cometí el error de dejar a todos atrás y subí al segundo piso esperando encontrarlos ahí. Falso. Después de esperarlos un rato y ver que no llegaban, me imagine que estarían en el tercer piso. Así que tome la única vía de acceso, un elevador atestado con un incombatible olor a xic, olor al que nuestras narices se acostumbrarían en poco tiempo.

Grande mi sorpresa cuando llegue al tercer piso y descubrí que el resto de los rufianes no estaban ahí. No me quedó de otra más que admirar la vista, disfrutar el momento, y acción obligatoria, escupir desde lo alto.

Mi perdida en parís fue uno de mis 4 o 5 momentos favoritos, que mencionaré a lo largo de este relato. El híbrido sentimiento de angustia, soledad, reto y esperanza, se conjuga para formar algo nuevo, una especie de lucha interna y shot de realidad.

Aproximadamente dos horas después, luego de contemplar la torre Eiffel desde todos los ángulos posibles, y recorrer las calles buscando las características camisas de la selección mexicana que portaban orgullosos mis compañeros. Los fui a encontrar en un performance de baile, en el cual dos negros con habilidades de baile que Johan vería con envidia, zarandeaban sin piedad a una pobre mulata. El rencuentro fue satisfactorio, sobre todo para mí, pues era el único mongol que se había quedado solo.

Después nos sentamos a tomar champaña mientras deleitábamos nuestras pupilas con la imagen de la torre Eiffel encendida, y los calzones de una rubia despampanante (blancos con rayas azules). Y tuvimos la fortuna de apreciar la efectividad de la policía francesa cuando un policía tacleó a un pobre paquistaní que sin duda había cometido algún atraco.

La regresada en metro fue particular, pues mientras brincábamos las puertas del metro, Góngora se aventó un clavado innecesario rayando así sus lentes buenos, pero lo más remarcable de la noche fue cuando la obesa jaló al geek justo antes de brincar, y le acomodó una cagotiza en francés, dando origen otras de las frases míticas del viaje. “Ya te jaló la gorda”.

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